Encuentro furtivo
- Lidia Bermudez
- 25 mar
- 4 Min. de lectura

Una incógnita. Habíamos interaccionado a través de un chat. Me regaló fotos de su cuerpo, para que me hiciera una idea de ella, excepto su rostro. Me confesó que me deseaba y que era una MILF. Eso también era parte del misterio. Cuadraba con las fotos que gocé, aunque ignoraba si la “M” de “Mother” era literal o solo hacía referencia a sus 43 años… mi madre tiene 47. Exhalé lentamente el humo de mi calada y la vi. La reconocí aproximándose. Era obvio que se trataba de ella: elegante, tacones altos, melena rebelde. Sonrió.—¿Lidia? ——¿Claudia? —repliqué antes de que mis labios se posaran en su mejilla y los suyos en la mía. Sabía que en Argentina usan un beso, no dos.Nos miramos, nos saboreamos visualmente unos instantes, hasta que rompí el momento. Apuré la última calada larga del cigarrillo y lo tiré al suelo para pisarlo.—¿Entramos? —hice un gesto hacia la entrada de la cafetería del hotel donde habíamos quedado.Resultaría peculiar para un observador ajeno imaginar qué hacíamos una mujer madura vestida como para un evento social y una pendeja que ni siquiera alcanzaba el listón de la informalidad. Ella, con un vestido negro que resaltaba su figura, sus curvas y su presencia. Llevaba un collar de perlas y pendientes que sabías que eran caros, aunque no supieras su valor real. Yo, con unos jeans muy baqueteados, botas negras de estética militar y una sudadera bajo la cual solo vestía un sostén Adidas.Tomamos asiento en una mesa, una frente a la otra. Y rompí el hielo, como suele decirse.—¿Nerviosa?—¿Se nota mucho? —sonrieron unos labios carnosos. Se revolvió ligeramente en la silla.—Solo soy yo… —apunté devolviéndole la sonrisa.El camarero nos tomó nota. Ella pidió un vino de no sé qué, yo una cerveza.—Y de eso se trata la cosa —repuso Claudia bajando ligeramente la mirada—. Todavía no sé qué hago acá.—Oh, supongo que para lo mismo que yo, ¿no es eso?El camarero trajo la bebida y Claudia tomó la copa de vino. Su mano temblaba.—Estás espectacular —le dije, mirando su generoso escote adornado por una cadena de oro con brillantes y un delicioso canalillo—. Y no digas que yo también, ja, ja, ja, porque no es así. No mientas.Hice que riera y que se relajara. Su mirada en ese momento solo podría haberla definido como lasciva… entrecerrando los ojos, los dientes jugando con el labio inferior. La conversación comenzó a fluir. Me encantaba su acento porteño, y parece que a ella el mío. Las palabras y el alcohol nos fueron uniendo, estableciendo las condiciones para que acabáramos arriba, en la habitación que ella había reservado.—¿Rompo la magia del momento? Voy a mear… —dije, sin poder aguantar más. Me acerqué a ella, y la calidez de mi aliento se mezcló con el susurro de mis palabras en su oído, sintiendo de cerca su aroma—. No te me escapes…Mi mano se posó en la licra negra de su muslo y amagué un beso cuando ella se giró.—Ni vos tampoco —repuso con tono pícaro.Cuando salí del baño la observé desde lejos. Estaba de espaldas a mí, y me aproximé furtivamente para sentarme, no frente a ella, sino en la silla que formaba 90º con su posición.—No te has escapado… —mi mano se posó en su muslo de nuevo. Un muslo contundente. Mirándonos a los ojos, mi mano fue abriéndose paso bajo la falda de su vestido—. Vaya… medias con portaligas. ¿Qué te pasa?—Que si seguís así puede pasar cualquier cosa… —susurró.—¿Cómo qué? —mi actitud ya era absolutamente descarada. Rebasé el encaje de sus medias y mis dedos palparon su piel cálida—. ¿Qué pasaría?—Lidia… —sus labios buscaron los míos, pero me alejé ligeramente. Se estremeció cuando mis dedos alcanzaron la tela de sus… ¿bragas?Encaje. Suavidad. Moví los dedos arriba y abajo. Nuestros labios comenzaron a tontear a escasos milímetros, mientras nuestros ojos flirteaban.—Me estás enloqueciendo… —musitó ella.Permití el primer beso. Técnicamente, más un "piquito", pero cuando nuestros labios se reencontraron, la intensidad afloró.—¿Te estás mojando ya? —susurré mientras reanudaba el beso. Mis dedos palparon su deseo, ya traducido en humedad—. Y esto acaba de empezar… ¿cómo acabarás?Tragué un gemido suyo dentro del beso. Mi lengua buscó la suya, o la suya la mía. Sentí que nos observaban desde la mesa contigua.—¿Algún problema? —le espeté al individuo con aspecto de nórdico que nos ansiaba con la mirada. En realidad, poco me importaba si tenía un problema.
Rodeé el cuello de Claudia con mis brazos y noté cómo comenzaba a ruborizarse.—Esperate, Lidia…—¿Qué?—Pago la cuenta y subimos a la habitación —dijo, haciendo un gesto hacia el camarero, que no tardó en acercarse con una sonrisa cómplice. Claramente, nos había visto.
Tras pagar, Claudia se excusó para ir al baño. Y cuando se dio la vuelta, decidí ser mala. La seguí. Entré en los baños y la vi frente al espejo, arreglándose el cabello.
—¿No estás perfecta ya? —pregunté desde el umbral, haciéndola sobresaltarse.
—Vos dirás…
Me acerqué a ella y la tomé por la cintura. Mis manos recorrieron su vestido hasta llegar a sus senos. Sentí sus gemidos, su respiración ligeramente agitada. Mis dedos se deslizaron por su silueta. Su cabello acarició mi rostro. Entonces levanté su vestido y palpé sus nalgas.
—Tenía dudas… si serías de braguitas o de tanga.
—Tanga… uhm… Dios… no me hagás así… vos sos una loquita, Lidia.
Mi mano se deslizó sin pudor entre sus piernas. La acaricié, la exploré, sin compasión. Le arranqué gemidos. Se giró, nos besamos de nuevo, nuestras manos se buscaron con desesperación. Ni el sonido de la puerta del baño abriéndose nos detuvo. Pero sí la voz amarga que nos cortó el aliento:
—Eh, iros a una habitación, ¿no os da vergüenza?
Claudia se acomodó el vestido. Tomándome de la mano, me guió hacia la salida. Caminamos en silencio, con el deseo ardiéndonos bajo la piel.Antes de subir, me miró de reojo, aún con las mejillas encendidas, y murmuró:—Subamos ya… antes de que me arrepienta. O me muera de ganas.
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