Agujeros, goce y machos petrificados
- Lidia Bermudez
- 29 mar
- 3 Min. de lectura

Está en posición. A cuatro patas, como una buena perra. Como le he enseñado. Ana respira con dificultad, está hambrienta y desea obedecer. En realidad, poco me importan los dos machos con las pollas erectas que anhelan goce. El centro es ella. Uno de los machos, el que parece más ansioso, está de rodillas frente a ella. Su polla dura y brillante, ofrecida, inmóvil. El otro, también de rodillas, está detrás, ya enterrado en su coño. Tampoco se mueve. Ambos saben que no están ahí para follar. Están ahí para ser follados. Y Ana comienza a moverse.
La observo desde el sillón. Desnuda. La mano entre mis piernas, los dedos húmedos. Masturbándome sin prisa, deleitándome de mi obra, de mi perra. Tiene prohibido gemir, igual que ellos. No quiero manifestaciones humanizadoras... son bestias, solo falos y agujeros. Ella va y viene. Adelante, la polla le empuja la lengua hacia abajo, le ahoga la garganta, la hace babear sin pausa. Atrás, su coño se abre por completo, recibiendo cada centímetro del falo en el que se empala.
Su cuerpo es un vaivén de carne mojada, una máquina lubricada con deseo y disciplina. El cuerpo de la perra marca el ritmo con el que los machos deben conformarse. Su animalidad extrema, tras semanas sin eyacular, les haría intentar follarla, pero ellos ya no hacen eso, se limitan a gozar de lo que se les ofrece. Pobres bestias...
Es magnífico observar la quietud de los machos que han sido domesticados y los movimientos de ella. Parece un artilugio mecánico que se mueve hacia delante y hacia atrás. La única reacción que es inevitable es la de las arcadas de la perra y las lágrimas en los ojos, pero no precisamente de sufrimiento, sino por una mera reacción física al sentir la polla del macho en su garganta. Sus muslos tiemblan del esfuerzo, pero no se detiene. Se empuja adelante, se empala atrás, al ritmo de su respiración. Y juego con mis dedos en mi sexo mojado, al observar que les he moldeado adecuadamente, y eso me excita.
La perra solo piensa una cosa —porque yo la entrené así—: No soy más que una boca y un coño, no soy nada.Y ese pensamiento único la habita entera, como una orden tatuada en su limitada mente.
Los machos matarían por follarla, pero ni siquiera gimen. Solo permanecen quietos, porque saben que es lo que deben hacer. Son como estatuas, como muebles de carne. Seguro que incluso sudan líquido preseminal, pero están entrenados. Yo los entrené para que no fueran más que carne anhelante. Ser usados es un privilegio. Incluso quizás piensen que me masturbo gracias a ellos, pero no. Lo que me fascina y excita es ver a la perra moverse y convertir su cuerpo en un espectáculo, arqueando su espalda y mostrando cómo sus tetas cuelgan y se balancean...Pero quizás lo que más excitación me produce son los hilos brillantes de saliva que caen de su boca húmeda y devoradora. Tan obediente... tan puta y tan perra...
Me acerco al borde del orgasmo. Solo de verla.—Mírame, perra —le digo, con los dedos empapados—. Quiero verte cuando te corras y ver tu mirada vacía...Levanta la cabeza apenas, los ojos nublados, la garganta ocupada por carne ajena, las pupilas vacías, su coño chorreando. No, no está aquí. No es ni siquiera una perra, y eso me excita más aún. Solo son movimientos, ritmo, carne dentro de carne.
La perra se mueve, suda, no puede evitar emitir algún gruñido animal que perdono, pues incluso una máquina gime... y se mueve... atrás, adelante, atrás, adelante...
—Ahora —le ordeno—. ¡Ahora, perra! Y su cuerpo se sacude. Un espasmo, una implosión silenciosa. El orgasmo le llega en oleadas que no pide ni analiza. Solo se lo permito. Y eso le basta.
Y se deshace. Se corre mientras se embiste. Se corre mientras babea. Mientras está llena por delante y por detrás. Mientras gime ahogada y agradecida, con los ojos en blanco, sin sostenerse, sin pensar. Yo también me corro. Mis gemidos se elevan. De mi coño brota placer que moja el suelo y que será limpiado con devoción por esas lenguas que me pertenecen. Y entonces ella se detiene. Goteando. Inútil por un momento. El cuerpo usado, la mente reducida a mero instinto, tal y como me gusta. Me acerco. Le acaricio la cara, húmeda, temblorosa.—¿Qué eres, Ana?
No responde con palabras. Solo me mira. Con ojos rendidos. Con una devoción que lo dice todo.Porque ya no es Ana. Porque no hay nada que pensar. Porque no es necesario, pues yo pienso por ella. Y mañana, lo volverá a hacer. Con la boca. Con el coño, porque son míos.Mero movimiento, absoluta obediencia, y su felicidad alimenta la mía.
Comments