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DESEO EL AGOSTAMIENTO DE TU DESEO, PARA ACTIVAR MI DESEO.




Clara comenzó a desarrollar una fijación en torno a las erecciones de Eduardo. No le encajaban… le molestaban.


Aquella noche cualquiera, estaba desnudándose ante el espejo y le vio.

—¿Ya estás otra vez? —murmuró mientras se acomodaba el cabello.


Él estaba sentado en el borde de la cama, desnudo, la polla semi tiesa, mientras gozaba visualmente de Clara.

—Lo siento, cari… pero es que me excita mucho mirarte.


Clara se giró mientras se aplicaba crema hidratante en los pechos. Sonrió levemente. Era una sensación tan contradictoria… Por un lado, claro que le gustaba que Eduardo la mirara de esa manera, pero al mismo tiempo era como si despreciara su deseo.


Controlaba sus orgasmos, pero no de una manera convencional dentro del terreno del femdom. Ella deseaba tenerle vacío de deseo, y en ese estado usarlo sexualmente, despojando así el acto de cualquier capacidad de excitación.


—Sabes lo que corresponde —le dijo mientras tomaba asiento en su lado de la cama.


—¿Lo… lo hago ahora? —preguntó él, llevando la mano lubricada con saliva a su polla semierecta.


—¿Tú qué crees? Si cinco pajas no han sido suficiente hoy para que dejes de mostrarte como no debes, sabes lo que corresponde…


Y Eduardo obedeció.


En realidad, su excitación se encontraba bajo mínimos. Verla desnuda había reactivado un impulso residual, pero en cuanto su mano comenzó a moverse de forma mecánica, la erección se desvaneció. Solo quedaba la orden.


El silencio de la habitación era apenas interrumpido por el sonido húmedo de su mano ensalivada y los leves gruñidos que emitía, tratando de vaciarse, no solo de leche, sino sobre todo de deseo.


Clara lo observó sin decir palabra hasta que se corrió. Sin placer, sin alivio siquiera. Solo una expulsión de semen cuantitativamente insignificante. Los goterones espesos se deslizaron por sus nudillos y, antes de que cayeran a la alfombra, se limpió en el muslo. Solo existía obediencia. Nada más.


—Bien —dijo ella al fin, mientras lo tomaba suavemente por la barbilla—. Así estás bien.


Generalmente, con cuatro veces solía ser suficiente, siendo la paja de la mañana la más importante, para que a la oficina fuera “tranquilo”. Pero eran seis veces ya, todas ellas bajo supervisión, por supuesto.


Lo cierto es que lo que le excitaba a Clara no era la visión de una polla grande, viril, poderosa… sino una sin fuerza, blanda, afeitada, absolutamente perfecta en lo referido a su suavidad.


Era entonces cuando se deleitaba con esa polla agostada y agotada. La acariciaba, lamía, succionaba, excitándose con el hecho de que no pasara de ser un apéndice inútil para jugar. Un juguete que ya había sido usado más allá de lo razonable.


Eduardo, tumbado, apenas podía reaccionar. Pero en esa sensación de rendición total, había una paz difusa. Algo parecido al descanso. Su cuerpo ya no respondía, y en ese límite, Clara lo hacía suyo de la forma más íntima: sin necesidad de que él sintiera nada.


Solo ella sentía en pareja, como interacción.

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