VERA Y SU JOVENCITA PREÑADA
- Lidia Bermudez
- 27 mar
- 4 Min. de lectura

CAP 1
Clara se hizo la foto desde abajo, con la falda subida, sin bragas y el vientre redondeado marcando el centro. Le dolía la espalda y los pezones estaban tan sensibles que ni se ponía sujetador. Subió la imagen sin filtros. Era lo único que le daba algo de ingresos.
Desde que el padre del bebé desapareció —una noche, un polvo, un nombre que ya ni importaba—, sobrevivía a base de OnlyFans. Al principio le daba vergüenza. Luego aprendió que la vergüenza no paga el alquiler, ni la comida. En realidad incluso era dinero fácil y mejor que cualquier trabajo de mierda como alternativa.
Entre los mensajes sucios de siempre, uno le llamó la atención. No era un baboso más. No le pedía fotos. No preguntaba de cuánto estaba bombo, lo bien que lucía con la panza o lo grande que tenía el coño. Solo le hablaba como quien ve el fondo de una persona sin rodeos.
Usuario: Vera.T
“Te he estado observando. Eras tierna, maleable aún y sé que estás jodida. Perfecta todavía para ser útil y tener algo parecido a una vida digna. No quiero tu amor ni tu opinión. Solo tu obediencia. Puedo hacerme cargo del niño y de ti. A cambio, serás lo que yo decida. Si te interesa, contesta. Si no, sigue enseñando el coño por limosnas.”
Clara lo leyó tres veces. No había emojis. No había dulzura. Solo control. Una parte de ella se tensó. La otra se humedeció.
Le contestó con una frase.
“¿Dónde y cuándo?”
La respuesta llegó al momento:
“Mañana. Calle Lérida, Cafetería Moka, 12:00. Si te presentas, te escucho. Si no, olvida este mensaje.”
Antes de salir de casa al día siguiente, Clara abrió el chat con su amiga Paula —la única que aún no la había borrado o bloqueado—, y le escribió:
“Quedo con una tía rara que conocí online. Si me pasa algo, la conoces por este usuario. Te mando ubicación en directo.”
Lo envió sin dramatismo. Solo por si acaso. No porque creyera que algo saldría mal, sino porque una cosa es dejar que te dominen… y otra es ser idiota.
Llegó cinco minutos tarde. Medias rotas, falda corta, camiseta que le quedaba justa por la barriga. Se sentía observada al entrar. Hasta que la vio.
Una mujer de cuarenta y pocos, pelo corto, cuerpo recto, sin una gota de maquillaje. Traje negro, sobrio, masculino sin disfrazarlo. Sentada sola, café sin tocar, móvil en la mano. La clase de tía que no sonríe porque no necesita caerle bien a nadie.
Clara se acercó.
—Hola… ¿eres Vera?
—Siéntate —ordenó Vera, sin levantar la voz.
Clara obedeció. Se sentó como una niña pequeña en un despacho de directora.
—¿Te gusta llamar la atención? —preguntó Vera—. Con esas pintas y esas medias, cualquiera pensaría que quieres que te follen en el baño.
Clara abrió los labios, pero no supo qué decir. Le ardían las mejillas. Pero también sentía una presión entre las piernas. Una humedad familiar.
—No te lo digo como reproche. Me gusta. Pero si vienes conmigo, no vas a decidir cómo vistes. Ni para quién. Ni cuándo.
La mirada de Vera se deslizaba por su cuerpo con calma clínica. Como quien evalúa un lote en una subasta.
—Me gusta que estés usada… que estés realmente perdida, que un polvo guarro con un gilipollas te hayan transformado…
Clara no sabía si ofenderse o abrir más las piernas.Y eso, le asustó.
No porque fuera mentira. Sino porque era verdad.
—¿Vas a preguntarme algo? ¿Conocerme?
—No —respondió Vera sin dudar—. No me interesa tu pasado. Ni tus ideas. Ya sé lo que eres: una putita preñada, sola y muy jodida, quiero darte una oportunidad, pero no te engañes, no quiero una pareja, una novia… quiero que seas mía y que tú no puedas vivir sin serlo.
Y entonces algo dentro de Clara hizo clic.
No lo entendía del todo. No era romántico. No era lógico. Era más bajo, más sucio.Más real.
Por primera vez, alguien le estaba dando una oportunidad, una oportunidad extraña que no llegaba a entender del todo. Un rumbo, algo de lo que carecía. Y eso… calmaba algo en ella.
—¿Te asusta?
Clara dudó. El coño le latía. El pecho le goteaba un poco. Estaba mojada. Asustada. Excitada.
—No lo sé —dijo—. Me pone.
Fue lo único que pudo decir sin mentir.
Vera se inclinó levemente.
—Te daré techo, comida y una rutina, porque harás lo que yo diga y como yo diga. Pocas cosas vas a tener que decidir, lo que me parece que te favorece, dadas las circunstancias… Te preguntarás la razón y no te voy a mentir, quiero a alguien como tú, pero a cambio, vas a tener en tu vida a alguien como yo.
Clara tragó saliva. No dijo nada.
Vera dejó un billete de veinte sobre la mesa y se levantó.
—Si me sigues, bien. Si no, vuelve a tu vida.
Y se fue.
Clara la vio caminar hacia la puerta. Recta. Sin dudas. Sin girarse.
Podría haberse quedado sentada. Podría haber vuelto a casa. A su madre. A su cuarto alquilado.
Pero se levantó.
No por necesidad, ni por amor. Fue por un deseo al que no era capaz de dar significado.
Y la siguió.
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