top of page

Lo pilló mirando a otras...



Él no debía haber mirado. Pero lo hizo.

Había una pareja de chicas a unos metros, tumbadas en la arena, riendo entre ellas. Una de ellas se desabrochó el bikini sin pudor, y la otra le acariciaba la espalda. El topless era discreto, pero para él, un espectáculo imposible de ignorar. Fue solo un instante. Solo un par de miradas furtivas. Pero bastó.

Ella lo vio.

Lo notó por el movimiento de su cuello, por la rigidez repentina bajo el bañador, por esa torpeza con la que intentó recomponerse. Ella no dijo nada al principio. Solo se sentó con elegancia felina en la tarima de madera, cruzó las piernas con lentitud calculada y se quitó las gafas de sol.

—¿Te estás poniendo cachondo mirando a otras, aquí, en mi presencia? —preguntó con voz baja, pero afilada como una cuchilla.

Él tragó saliva. No pudo responder. La vergüenza era un calor que le subía desde el estómago hasta las orejas. Ya no sabía si la erección era por las chicas… o por el miedo a lo que vendría.

—Levántate. O mejor: ponte de rodillas. —Y añadió, con una media sonrisa—. Como lo que eres.

Obedeció, sintiendo la dureza del suelo bajo las rodillas, el peso de las miradas imaginadas, el sol golpeando su piel desnuda y expuesta. Ella lo miraba desde arriba, con la superioridad tranquila de quien sabe que manda, que posee.

—Saca eso que escondes. Alívialo. Vamos, cerdito. No me hagas repetirlo.

Con manos temblorosas, él bajó el bañador, revelando la erección traicionera que aún palpitaba entre sus muslos. Ella lo observó con una mezcla de desprecio y diversión, como quien ve a un perro ladrar en medio de una fiesta elegante.

—¿Así de duro te pones por ver unas tetas ajenas? Qué decepción… pensé que te bastaba con las mías —dijo, fingiendo un mohín dolido—. Pero no importa. Ahora todos van a ver lo salido que estás. Vamos, ¿no quieres aliviarte?

Él miró con un poco de ansiedad a un lado y a otro. Empezó a masturbarse, lento, obediente, con los ojos fijos en ella. Sentía la humillación como un nudo delicioso en la garganta. Se odiaba por haber mirado a otras. Pero también se excitaba aún más por estar siendo castigado por ello.

—No te corras aún —ordenó con calma— Eso es, aguanta, cerdito…mira, esos que están ahí creo que saben lo que estás haciendo, ja, ja, ja…qué vergüenza…

Se inclinó un poco hacia él y escupió con elegancia sobre su miembro. Se encontró con las miradas de los dos hombres que miraban desde sus toallas y les sonrió. El cerdito ya solo pensaba en aliviarse, en recoger en su mano la leche, gimió suavemente conteniéndose a duras penas.

Ella se puso de pie, se plantó con las manos en jarras observando el esfuerzo que él hacía por no correrse hasta que ella se lo permitiera.

—Escúpela…ahora, vamos. Eso es, muy bien… muy bien, cerdito… ahora mira a tu público y lame tu mano, confírmales que eres mío y vámonos.  

Él obedeció, miró hacia los dos hombres que reían y cuchicheaban entre ellos y tras alimentarse de su consumación, se relamió. Avergonzado, se acomodó el bañador guardando su saciado pene. Se incorporó y tras doblar las toallas y cargar la mochila, corrió sobre la arena para alcanzar a su Dueña.

Mientras caminaban entre las toallas y los cuerpos tumbados al sol, ella añadió, sin girarse:

—Mañana vendrás a la playa con la jaula puesta, si se marca bajo el bañador, será mejor que el espectáculo que has dado. Y ahora cuando lleguemos al hotel, me vas a pedir perdón de la forma que ya sabes…

Y él la siguió, sabiendo que pedir perdón no implicaba necesariamente que se lo concediera.

Comments


bottom of page