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MUÑECO DE LÁTEX


Llega el viernes tarde. La semana laboral ha concluido y con ella, los convencionalismos, la rutina, el estrés y el cansancio.


Limpio, afeitado y entrenado, Miguel espera arrodillado junto al arcón donde se encuentra prolijamente guardado el traje. No dice una palabra, ¿para qué? ¿con qué fin?. Sabe lo que toca ese fin de semana. Su voz es absolutamente innecesaria. Esos fines de semana, él ya no se pertenece, ni mental, ni físicamente.


Valeria lo viste con cuidado. Primero el catsuit negro, brillante, ajustado como una segunda piel. Luego la máscara, cerrada, sin ojos ni boca. Solo un tubo para que respire e incluso para que se hidrate. Por último, la funda roja.


La más importante. La que encierra su miembro completamente, sellado en látex, anulándolo.


—Desde ahora, ya no eres tú. Solo eres mi muñeco de látex —le dice Valeria, mientras cierro el último broche.


Él asiente. Sabe que ese traje no es un disfraz, es una identidad. Durante todo el fin de semana no habrá caricias, no habrá calidez, no habrá contacto de piel. Solo látex y deseos y anhelos. Ambos se excitan, pero desde perspectivas diferentes aunque radicalmente complementarias.


La funda roja que cubre su sexo no tiene aberturas. Es lisa, perfectamente diseñada para usarse como un dildo. Valeria la monta y usa, sabiendo que bajo la misma puede o no haber erección, lo que es irrelevante. Se folla esa forma hueca que encierra su carne, pero sin estimulación, salvo la mental, que no es poco, pero sin duda insuficiente y esa es la clave. El placer del “no-placer”, que paradógicamente es placer, aún estando su pene encerrado, aislado y sin roce.


Eso es lo que excita más a Valeria: saber que está ahí, duro por reflejo, sometido, sin derecho ni a sentir. Y lo cabalga gimiendo y gozando, mojando… porque le pertenece y si bien son goces complementarios, él anhelaría más pero no es más que un muñeco de látex- No más, ni menos. Eso sí, no es un muñeco perfecto. Si lo fuera, no tendría que evacuar, algo que está limitado a horarios.


Y así pasan las horas, transcurre el fin de semana. El muñeco duerme atado, Valeria no le exige ni que sea esclavo, que cocine, haga masajes o le de sexo oral… sirve para lo que sirve y nada más… y nada menos. ¿Un artefacto? Quizás el mismo concepto le otorgaría una entidad que ni siquiera tiene, pues se limita a estar tirado en el suelo del salón, sólo hidratado, respirando y anhelando. En verdad gozando de ser nada.


Para Valeria es como vivir un fin de semana en soledad. Lee, mira la televisión y cuando desea correrse, usa al muñeco. No hay conversaciones ni silencios cómplices o forzados.


Pero el domingo por la noche hay una tarea necesaria. Un mantenimiento.


—Tiempo de limpieza —le susurra.


Valeria pone en marcha el vibrador.


No es ni recompensa ni castigo. Es una función biológica. Aplica el vibrador sobre la base de la funda, sin ritmo, sin tacto, solo pulsos fríos que estimulan sin dar placer. Él se estremece, como un cuerpo convulsionando por orden médica. No gime. No puede.


La eyaculación llega con violencia y vacío. Le obliga a correrse sin quererlo, sin sentirlo. El semen se queda atrapado dentro de la funda, sellado, sin escapar. Él tiembla, es alivio equiparable a las evacuaciones de residuos… ¿quizás su semen no es más que un residuo?.


Domingo tarde-noche, desarma al muñeco. Se sonríen incluso se besan. El miembro flácido, tibio, mojado dentro del látex rojo. Miguel se encarga de limpiarlo, lavarlo y dejarlo perfecto para la próxima vez.


El día siguiente es lunes, vuelve la rutina, la tediosa vida convencional… y quizás el próximo viernes… quién sabe.

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