MUNDO DE XYRANA
- Lidia Bermudez
- 4 mar
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 17 mar
En los relatos y trasfondos de fantasía, la "Oscuridad" nunca es tratada con cierta profundidad. ¿Realmente se consideran malvados o malvadas, o simplemente son lo que son y punto?.
Quiero abrir un trasfondo, en el que un Reino gobernado por una reina-bruja de poderes casi divinos, impone su voluntad de hierro, un lugar en el que el placer, el dolor, la crueldad e incluso lo gore, sean norma. Un lugar en el que el BDSM extremo es algo natural, casi algo religioso y una poderosa mujer, Belliria con poderes oscuros y un proyecto de dominio. Su belleza sobrenatural, su lascivia y crueldad, sólo son comparables a su inteligencia. Digamos que podría ser un equivalente a Sauron del Señor de los Anillos, pero con deseos carnales explícitos.
Podéis leer un primer capítulo de lo que pretende ser un contenido dentro de esta página web, porque me apetece y me gusta.

En lo sucesivo, escribiré contenidos gratuitos y de pago enmarcados en Xyrana, donde su Reina convierte el dominio, el sufrimiento y el dolor, en una forma de devoción absoluta y que hace que ser esclavo y esclava, termine siendo la única forma de alcanzar felicidad en la existencia. Un castigo o un premio de Belliria, produce el goce de saber que se existe para Ella.
Te ofrezco el primer capítulo de forma gratuita de lo que será parte de "CRONICAS DE BELLIRIA", si te gusta, puedes encontrar en la tienda la continuación y de manera regular habrá nuevas publicaciones. Insisto, también habrá contenidos gratuitos.
CRÓNICAS DE BELLIRIA (Extracto Parte 1)
El amanecer se abría paso en la oscuridad de Xyrana. En su monumental lecho, Belliria yacía desnuda, entre sábanas de seda negra y almohadones rojos, con Fifí abrazada a su cuerpo. Desde una balconada, un coro de esclavos modificados para poseer voces de una belleza sobrenatural entonaba su canto, un himno hipnótico diseñado para despertar a la diosa.
A los pies del lecho, dos esclavos sexuales dormían, sus cuerpos cubiertos de tatuajes rituales, sus miembros modificados de manera antinatural, semejando los de un perro. Belliria los había usado la noche anterior, y ahora yacían exhaustos, aunque la magia que los mantenía en un estado de insaciable deseo hacía que sus miembros goteasen continuamente, listos para cuando su diosa los requiriera de nuevo.
Fifí despertó en cuanto sintió el primer susurro del canto y, sin dudarlo, comenzó a recorrer con besos el vientre y los pechos de su diosa, embriagada por la devoción y la excitación. Se deleitó con los leves suspiros que escapaban de los labios de Belliria y el roce de su mano en su cabello dorado. Pero pronto, los dedos de su diosa se cerraron en torno a sus hebras, tirando de ella con autoridad, guiándola hasta su sexo. La orden era clara.
Fifí se relamió. Para ella, adorar con la boca a su diosa no era solo un placer, sino una experiencia mística. Contempló su pubis, sus labios pálidos, en los que casi imperceptibles tatuajes mágicos latían con energía. Su lengua los recorrió, sabiendo que aquellos signos místicos estaban diseñados para amplificar el placer de la diosa, convirtiendo cada caricia en una ola de éxtasis.
El canto de los esclavos se mezcló con los gemidos de Belliria, que enredó sus dedos en el cabello de su favorita como quien acaricia a una mascota.
—Mi diosa... mi diosa... —susurraba Fifí entre lamidas, levantando la boca del sexo de su Dueña—. Gracias por dejarme adoraros...
El primer orgasmo de Belliria sacudió su cuerpo, haciéndola arquear la espalda. Con una media sonrisa, tiró de Fifí hacia arriba, obligándola a erguirse sobre sus rodillas. Sus ojos despóticos y hambrientos descendieron hasta el pequeño falo de su favorita, delicado, inquieto, teñido de un rojo escarlata. Un vestigio del doloroso ritual que la había marcado como su más preciada esclava.
Belliria no dijo nada. No hacía falta. Con una simple mirada, dejó claro lo que concedía.
Fifí tembló. Un gemido ahogado escapó de sus labios. Era un honor. Con plena conciencia del regalo de su Dueña, se acomodó y, con la sumisión grabada en su mirada, fue hundiendo su pequeño falo en la boca de Belliria.
—Gracias, mi diosa... gracias por dejarme ser su esclava... su más humilde sierva...
Belliria no respondió de inmediato. Solo cerró los ojos y saboreó. Los movimientos de Fifí eran torpes, desesperados, llenos de necesidad. Succionando, devorando, su Dueña le concedía algo que pocas veces se dignaba a aceptar.
—Muévete, perra... lléname con tu inútil semen... —ordenó, con el tono despectivo de quien permite un capricho insignificante.
Pero mientras disfrutaba de su frenesí, una nueva aberración tomó forma en su mente.
—Voy a modificarte, Fifí. —Su voz era letal, indulgente y cruel a la vez—. Voy a hacer que puedas dejar preñada a ese juguete nuevo que te regalé... y que de a luz alguna aberración que me satisfaga.
Fifí jadeó, su piel se erizó de puro éxtasis. Su Dueña iba a transformarla de nuevo.
—Sí... sí... mi diosa... haced conmigo lo que deseéis... soy suya...
Los gemidos de la diosa despertaron a los machos que dormían a los pies del lecho. No tenían más voluntad que la de dar placer, y la sensación de insaciabilidad los atormentaba eternamente. Sus miembros, con la grotesca capacidad de abotonarse dentro de sus presas, seguían goteando sin tregua. Siempre listos. Siempre necesitados.
Belliria se incorporó, satisfecha, observando a los machos con desdén y placer. Sus miradas hambrientas la deleitaban.
—Perros... gozaos el uno al otro todo el día. Que vuestros estómagos no conozcan otra cosa que el deseo, que vuestra ansia no tenga fin.
Los esclavos obedecieron de inmediato. Se arrodillaron, se inclinaron, y se entregaron a la orden sin vacilar, devorándose entre sí como bestias condenadas.
Belliria se volvió hacia Fifí, su sonrisa cruel.
—Fifí, Fifí... —susurró, acariciando su cabeza con la dulzura con la que se acaricia a una gatita. La reacción fue inmediata: Fifí gimió, estremeciéndose bajo su toque.
—Prepárate. Quiero verte con el traje de cuero rojo… sí, el que se ciñe a tu cuerpo y tiene los refuerzos en las rodillas para que no sufras. Te voy a tener como una gatita a mis pies mientras recibo al Concilio. Hay temas importantes que tratar.
Los ojos de Fifí brillaron con adoración.
—Ama, ¿me dejarás jugar con mi muñeca? —preguntó con un tono lascivo, infantil y suplicante.
Belliria la miró con un deje de burla.
—A ver si las cuidas un poco más, gatita... Tu vara es inmisericorde, y quiero que la dejes preñada, como te he dicho. Quiero que tu semilla engendre algo que me proporcione regocijo.
—Sí, mi ama...
Dos esclavas entraron en la habitación para vestir a Belliria. El vestido negro que le colocaron era una obra de arte, ceñido a su cuerpo, con detalles de encaje que recordaban la textura de sombras vivientes. Su melena azabache fue recogida en un prendedor, dejando expuesto su cuello esbelto.
Fifí ya estaba lista. De rodillas, con su traje rojo, le ofreció a su diosa el extremo de la correa. La miró desde abajo, su respiración entrecortada, esperando con anhelo.
Belliria sonrió con suficiencia y tomó la correa. De un tirón, la obligó a moverse.
Las puertas de sus aposentos se abrieron y fuera se encontraba su escolta personal, innecesaria salvo por su simbolismo poderoso. Alissia, la mortal capitana de las Doncellas Inmortales realizó una leve reverencia, junto a la otra doncella que le acompañaba.
Juntas, diosa y mascota, avanzaron hacia el Concilio seguidas por las dos Doncellas altas, vigilantes, frías y sombrías, con holgados y vaporosos vestidos de seda negra y la mano en el pomo de sus espadas.
El trecho hasta el salón del Concilio estaba flanqueado por esclavos y esclavas postrados, sus frentes tocando el suelo en señal de absoluta sumisión. Los guardias, ataviados con sus armaduras ceremoniales, hincaban la rodilla al paso de la diosa. La atmósfera era solemne, un recordatorio de la jerarquía incuestionable que reinaba en Xyrana.
(SI QUIERES SEGUIR LEYENDO, ME TEMO QUE TENDRÁS QUE PAGAR)
Comments