HOMÚNCULO
- Lidia Bermudez
- 3 abr
- 2 Min. de lectura

Homúnculo es uno de los pocos perros que no me generan náuseas cuando me informan que su virilidad malograda gotea por mí.
Algunos machos suplican sin elegancia y se creen especiales por tener una uretra envuelta en carne a la que denominan “polla”. Él, en cambio, lo ha entendido: su pene no significa nada. Es un significante vacío, sin asociaciones válidas a placer, poder o identidad. Solo un apéndice patético que mancha.
Fue ganándose mi atención con devoción. No fue inmediato. Decía leerme. Me felicitaba por mis relatos, los definía como brutales, como textos que interpelaban directamente a su naturaleza de perro. Al principio, lo ignoré. Una ya está curada de lisonjas y babas. Pero hubo algo distinto en él. Me resultó deliciosamente grotesco que me narrara su condición de eyaculador precoz con tanto detalle, como si se desnudara con palabras para ser evaluado, no deseado.
Homúnculo tenía plena conciencia de la inutilidad de su apéndice fálico, y eso lo hacía interesante. Había sido humillado por otras mujeres, pero conmigo había encontrado algo distinto: el marco, el lenguaje, la estructura.
Me escribió un día confesándome que hace años que no folla. Y entonces esbocé una sonrisa. No dulce, ni tierna. Una de esas sonrisas torcidas, tensas, que una dibuja cuando la miseria ajena toma forma estética. Su confesión era una ofrenda. Y yo, por puro capricho, decidí aceptarla.
Él se toca, con pasión adolescente y gotea, mancha… durante todo el día, pero sin más placer que saberse ajeno a lo que es un orgasmo. Me divierte, le aliento a que se toque, para que recuerde que su inútil pene ya no le pertenece, tampoco su deseo… y su asqueroso pringue es un tributo triste.
Una no es de piedra, tiene sus debilidades… y reconozco que cuando me confesó el pecado de una polución nocturna, me humedecí imaginando una válvula que purga líquido inútil…
Pasa los días manchando los calzoncillos como una fuente mal cerrada. No es agua lo que pierde: es frustración, es ansia, es dependencia. Y me encanta. Le sugerí usar compresas femeninas. No por compasión. Por coherencia.
Le prometí que este viernes, si me sigue resultando patético y divertido de manera simultánea, dejaré que se frote contra el colchón, para que recuerde en qué fase de su desarrollo como ser humano ha quedado estancado.
Con esta foto, su auto-degradación ha dado un paso más, ha ganado puntos para que le permita verter su inmundicia en el colchón, a cambio de no disfrutarlo y lamerlo para saborear su condición de perro que tiene solo permitido gozar obedeciendo.
Comments