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PERRO TRAICIONERO...



El suelo helado mordía sus pies, pero no tanto como la jaula de castidad mordía su trozo de carne maltrecha. Su virilidad palpitaba contra el metal de la jaula, recordándole que no era dueño de su placer. Con la excusa de ir a ducharse, en su mente había pergeñado la idea de robar placer no merecido. Estaba nervioso, tenso, pues tenía prohibido cerrar la puerta del baño, pero Ella, su Dueña, estaba viendo su serie favorita.

Desenvolvió el consolador de la camiseta donde lo había escondido. Un hilillo de líquido preseminal se descolgaba entre los barrotes de la jaula. Tenía prohibido tocarse y buscar placer, pero la desesperación lo habían sometido a la más pura animalidad. No debía… pero lubricó con su boca el extremo del objeto fálico y con la mano temblorosa, lo aproximo a su envés, a su puerta trasera. Un jadeo.

Empujó y los primeros centímetros de látex lo hicieron estremecerse… lo fue deslizando, se sentía indigno, patético… y su culo tragón hizo el resto. Lo movió, primero lentamente, para acomodar el ritmo y las sensaciones. Se fantaseaba como una perra en celo y la jaula operaba de manera inexorable. Dolor y placer… Más profundo, más rápido.

No, no debía… pero sus jadeos se convirtieron en gemidos, su próstata reaccionaba, provocando que un goterón de leche cayera al suelo, la vergüenza de tener que hacer lo uqe estaba haciendo, el sentimiento de culpa por la traición a su Dueña, el placer, el dolor… todo se arremolinaba en su mente, soltó un gemido más alto que el resto, tenía que llegar al momento… se follaba con rapidez, con ansiedad…

Y de pronto unos pasos. Se quedó inmóvil, incluso dejó de respirar… No podía ser, no podía ser. Y la puerta se abrió lentamente. Cerró los ojos. La percibió por su aroma.

-Oh, vaya, mira lo que está haciendo- una risa burlona, envenenada- mírate…

El consolador aún dentro de él. La jaula goteando. Su cuerpo desnudo, atrapado entre la culpa y el deseo.

-Vamos, termina ya, porculera…- su voz no mostraba enojo.

-Lo…lo siento- repuso lastimosamente él- lo siento…

Pero en su interior latía un pensamiento oscuro, inexorable, porque en el fondo era lo que deseaba, pagar las consecuencias de su acto.

-Termina de una puta vez, cerdo- su tono no dejaba márgenes para nada- eso es, rómpete el culo… ya no eres un sumiso, solo un perro asqueroso y lo vas a pagar…

Y llegó el alivio de él o dicho con propiedad, la expulsión de semen sin placer alguno, pero su mente ya estaba pensando en cómo se lo haría pagar ella y en que en realidad ser un perro, quizás no fuera tan malo… porque un verdadero hombre, hacía mucho que había dejado de serlo.

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